Cognomen

Al igual que el agnomen, solía designar características físicas —muchas veces con sarcasmo—, pero a diferencia del nuestro, se heredaba por vía paterna.

Por ejemplo: Dado que también servía para distinguir entre personas con el mismo nombre, puede considerarse un precursor de los apellidos modernos, que sólo se desarrollaron en Europa a partir del siglo XIII.

En 240 a. C., los cónsules emitieron un decreto que restringía la transmisión del apodo sólo al hijo mayor.

En el 45 a. C., la Lex Iulia Municipalis impone el uso de tria nomina para el censo de ciudadanos romanos, y por tanto establece el uso general del cognomen para todos los romanos libres.

Existe una convención, no muy estricta, para nombrar a los personajes romanos,[1]​ que es la siguiente: El número de cognomina que podía portar una persona no estaba, en principio, limitado por norma alguna y entre las inscripciones que se conservan figura destacadamente el caso de Quinto Pompeyo Seneción Roscio Murena Celio Sexto Julio Frontino Silio Deciano Gayo Julio Euricles Herculano Lucio Víbulo Pío Augustano Alpino Belicio Solerte Julio Apro Ducenio Próculo Rutiliano Rufino Silio Valente Nigro Claudio Fusco Saxa Amintiano Sosio Prisco,[2]​ uno de los cónsules del año 169 d. C.[3]​ Algunos autores latinos citan casos en los que el Senado romano prohibió el uso de ciertos cognomina en casos especiales.