La filosofía etíope o filosofía abisinia es el corpus filosófico de los territorios de la actual Etiopía y Eritrea . Además de a través de la tradición oral, se conservó tempranamente en forma escrita a través de manuscritos ge'ez . Esta filosofía ocupa una posición única dentro de la filosofía africana .
El carácter de la filosofía etíope está determinado por las condiciones particulares de evolución de la cultura etíope. Así, la filosofía etíope surge de la confluencia de la filosofía griega y patrística con los modos de pensamiento etíopes tradicionales. Debido al aislamiento temprano de sus fuentes de espiritualidad cristiana ( Bizancio y Alejandría ), Etiopía recibió parte de su herencia filosófica a través de versiones árabes.
La literatura sapiencial desarrollada en estas circunstancias es el resultado de un doble esfuerzo de asimilación creativa: por un lado, de una adaptación de la ortodoxia a los modos tradicionales de pensamiento (nunca erradicados), y viceversa, y, por otro lado, de la absorción del pensamiento pagano griego y del patrístico primitivo en esta síntesis etíope-cristiana en desarrollo. Como consecuencia, prevalece la reflexión moral de la inspiración religiosa, y se prefiere el uso de la narrativa, la parábola , el apotegma y la rica imaginería al uso de la argumentación abstracta. Esta literatura sapiencial consiste en traducciones y adaptaciones de algunos textos griegos, a saber, el Physiologus (aproximadamente el siglo V d. C.), La vida y máximas de Skendes (siglo XI d. C.) y El libro de los filósofos sabios (1510/22).
En el siglo XVII, las creencias religiosas de los etíopes se vieron desafiadas por la adopción del catolicismo por parte del rey Suseynos y por la posterior presencia de misioneros jesuitas. El intento de imponer por la fuerza el catolicismo a sus electores durante el reinado de Suseynos inspiró un mayor desarrollo de la filosofía etíope durante el siglo XVII. Zera Yacob (1599-1692) es el exponente más importante de este renacimiento. Su tratado Hatata (1667) es una obra que a menudo se incluye en el estrecho canon de la filosofía universal.
Zera Yacob tenía una cultura enteramente teológica. Aunque de origen humilde, se ganó el respeto por sus capacidades intelectuales y continuó con su educación teológica tradicional etíope. Zera Yacob dominaba la teología copta y la teología católica, y tenía un amplio conocimiento de las religiones judía e islámica. Su vademécum espiritual era el Libro de los Salmos de David , en el que buscaba consuelo e inspiración.
Conociendo así las dos interpretaciones cristianas de la Biblia, así como las otras dos grandes religiones abrahámicas, y viendo las contradicciones entre ellas, Zera Yacob se ve llevado a rechazar la autoridad de la tradición etíope y de toda tradición en general. Llega a pensar que la tradición está infestada de mentiras, porque los hombres, en su arrogancia, creen que lo saben todo y se niegan así a examinar las cosas con su propia mente, aceptando ciegamente lo que les ha sido transmitido por sus antepasados. El filósofo acepta entonces como única autoridad su razón, y acepta de las Escrituras y de los dogmas sólo lo que resiste a una investigación racional. Afirma que la razón humana puede encontrar la verdad, si la busca y no se desanima ante las dificultades.
Así, mediante su examen fragmentario (esto es lo que significa hatätä ), Zera Yacob llega a un argumento en favor de la existencia de Dios (una esencia increada y eterna), basado en la imposibilidad de una cadena infinita de causas, y en la convicción de que la Creación es buena, porque Dios es bueno. Esta creencia es la base de una crítica de la moral ascética y también de algunos preceptos morales judíos e islámicos. Al identificar la voluntad de Dios con lo que es racional, Zera Yacob rechaza la mayoría de estos preceptos morales (por ejemplo, los relativos a la poligamia, el ayuno o las prohibiciones sexuales o alimentarias) como blasfemias. Parece pensar que todo es bueno para el bueno, lo que recuerda así el modo de pensamiento expresado en la profesión de fe del otro gran Zera Yaqob, el emperador del siglo XV.
Zera Yacob tuvo un discípulo, Walda Heywat , que también escribió un tratado filosófico, sistematizando el pensamiento de su maestro. Concedió más atención a los problemas prácticos y educativos, e intentó conectar la filosofía de Zera Yacob con el tipo de sabiduría expresada en la literatura sapiencial anterior. Walda Heywat recurre intensivamente a ilustraciones y parábolas, y muchas veces la fuente de sus ejemplos es el Libro de los filósofos sabios . Aunque su obra es posiblemente menos original que la de su maestro, puede considerarse "más etíope", ya que representa una síntesis a través de la cual algunas ideas engendradas por el rechazo de la tradición de Zera Yacob se unen con la sabiduría tradicional de inspiración cristiana. Es "más etíope" también en el sentido de que aborda algunas cuestiones prácticas, sociales y morales que la mayoría de los etíopes de su tiempo encontraron en sus vidas. Así, la obra de Walda Heywat es menos especulativa, pero de carácter más nacional que el tratado de su maestro, Zera Yacob.