Tras el fracaso de tres intentos de la vida religiosa, se reunió con su abuela en Villefranche-de-Rouergue, en Aveyron, en una especie de comunidad que agrupaba a ancianas religiosas (que radicaban ahí a causa de la Revolución Francesa) y otra gente piadosa.
Frecuentemente tuvo que mudarse a locales más y más grande hasta que pudo comprar, en 1817, el antiguo convento de los Franciscanos conventuales.
A su muerte, fueron cuarenta las "casas" de la Congregación abiertas en diferentes naciones.
Su cuerpo se conserva en la capilla del convento de la Sagrada Familia.
El padre Pierre-Marie Fabrer, que era su confesor, escribió su biografía en 1858.