Ficcionario

La ciudad donde suceden las historias no tiene una localización precisa, aunque parece claro que está situada en el hemisferio norte y que en ella no son muy bien tratados los sureños como Beto.

Baja la escalera echando pestes de la deshumanización, son muchos pisos, y, ya en la calle, sin detenerse para que pase un coche uniplaza antigravitatorio ni detenerse éste para que pase él, entra en un bar a desayunar.

El local está lleno de gente, y por el ambiente podría ser un establecimiento nocturno, algo que se percibe como un hecho normal en esa ciudad y en esa civilización.

Las mujeres jóvenes van a pecho descubierto, hay gente que aún no se ha acostado y otra que desayuna allí, parroquianos que miran a los recién llegados, anuncios de bebida y de coca colombiana en las paredes, una bailarina erótica en una barra del fondo y, más al fondo aún, la habitación de drogas fuertes.

Ya en casa de ella, que no es del mismo vecindario, sino que vive en el octavo nivel, y todavía sin acabar de cerrar la puerta, le pregunta él si no será una hembra artificial, y la hembra le demuestra en seguida que no; dicen qué bueno es hacer las cosas como antes, y durante los preliminares se presentan: ella es Mai, él es Beto.

Ya instalados, ella le pregunta si sabrá usarlo, porque es del año pasado; en seguida, Beto se alegra de saber que lo que está fumando es marihuana 290, la máquina ya ha arrancado y empieza el traqueteo.

Ya en la calle, en un área que por ser céntrica es multinacional, como indican oportunamente los carteles en inglés, seguimos viendo palomas y alguna polilla apoyada en la farola.

Al teclear la matrícula, han salido en la pantalla el nombre y la dirección correspondientes.

Beto los ha memorizado, y entra en la ciudad "A" después de pagar un boleto para tres horas.

Allí no es como en la zona "B": huele distinto, la calle está limpia, no hay hacinamiento ni gente copulando a cambio de unas monedas de los viandantes, hasta hay antigraves (en la comisaría nos hemos enterado de que se llaman "móviles") con potencia suficiente como para sobrevolar los edificios, los que van casi a ras del suelo lo hacen por una calzada con pasos de cebra y todo, porque allí hay aceras, y bien anchas, las jóvenes casi desnudas resultan elegantes, son elegantes, y Beto se siente sucio.

Ya encontrado el portal, sube al piso y ve que la puerta del domicilio está abierta; dentro se oye música.

Pensando que tal vez el finado tuviera otro sirviente artificial y que si se ha escapado y él lo encuentra tal vez pueda cobrar una recompensa, se dirige a la empresa de fabricación de esos muñecos tan caros.

El dueño de la empresa se levanta a toda prisa para encargar que se tomen las medidas correspondientes, Beto lo sigue y, sin esperarlo, asisten a la aniquilación de la criatura que se disponían a buscar: ha llegado hasta el edificio donde había sido fabricado, se las ha arreglado para entrar y ha puesto fin a su existencia en la cabina de desintegración molecular.

A él lo han dejado, porque los mayores de setenta años no son admitidos.

Por el camino ven cometerse multitud de abusos y tropelías, como es de esperar que ocurra en esas situaciones: violaciones, unos matando a otros para quitarles la tarjeta, gente suicidándose con drogas ... todo un pandemónium.

Cuando llegan a las inmediaciones del refugio, que a los dos les toca el mismo, ven esparcidos por el suelo numerosos cadáveres: gente que ha intentado entrar sin tarjeta.

Una vez dentro, Martín encuentra a su amada y la contempla desde lejos, ya que el marido está con ella.

Beth, su novia, que lleva varios días allí con él, lo acompaña al registro para intentar aclarar la situación.

Allí se enteran de que Antón está muerto porque lo dice el ordenador.

Uno de los golfantes se adelantará para avisar al que falsifica los documentos, y el otro los acompañará hasta allí.

Beto se encuentra a un conocido al que no veía desde hacía mucho tiempo.

En una casa de "relax" donde se han metido por idea del soldado (paga él), éste les pregunta a las chicas después de la faena si han quedado impresionadas por su virilidad.

Después se van a cenar a un sitio con espectáculo picante, como casi todos los establecimientos hosteleros, y a la salida el militar sigue insistiendo en la diferencia entre los civiles y los militares; quien es especial es especial: por eso en caso de bombardeo o ataque masivo los militares tienen sus propios refugios, y no les falta plaza; ha de ser así.

La gente se acerca al moribundo y, ya muerto, alguien le pregunta a Beto si el difunto era su amigo.

Días después, la pareja pasea por la calle y Mai pregunta por el viejo Sebastián.

Lo sacan de allí y se lo llevan a un bar para charlar con él.

Estaba antes en un asilo, pero los otros robaban comida y le echaron la culpa a él, de manera que lo expulsaron.

Beto y Mai se proponen que Sebastián empiece a pasarlo bien, aunque no pueda disfrutar tanto como si fuera joven.

Lo llevan a una casa de "relax" y dan instrucciones para que lo traten con delicadeza; le sugieren que llame al asilo diciendo que hay una bomba, lo hace y se lo pasa en grande viendo a los otros en la calle pelándose de frío, y se propone hacerlo un par de veces más.