Béjar pasó una niñez en su Jiquilpan natal como acólito y ayudando a su familia empleándose en una mercería.
Durante esta etapa conoce el valor de reciclar como un acto creativo y restaurador, práctica que lo marcó en su vida artística.
Durante la Guerra Cristera (1926-1929) en varias regiones de México, descubrió las dos caras opuestas del ser humano: la habilidad para crear vida a través del arte, y su infinita capacidad de destrucción, que arrastra todo lo que le rodea.
Jiquilpan se convirtió en aquellos años en centro de artes, lo que lo llevó a conocer al muralista mexicano José Clemente Orozco, que plasmó sus ideas en murales sobre la Revolución mexicana en una biblioteca del lugar.
En Nueva York en largas estancias en el Museo Metropolitano de Arte se convierte en pintor.
Su primera exposición individual la realizó como pintor con 18 pinturas, en la Ward Eggleston Gallery, en la calle 57 de Nueva York.
En ese periodo, un nuevo elemento asomó con insistencia en su obra: las luces a manera de pequeños soles.