Hace pareja con La conversión de San Pablo y es el último fresco ejecutado por Miguel Ángel.
El artista retrató a San Pedro en el momento en que, colocado al revés en la cruz, esta era alzada por los soldados romanos.
Entre los jinetes a la izquierda, se ha reconocido un autorretrato del propio Miguel Ángel, con motivo de una reciente restauración.
[1] Comparado con La conversión de San Pablo, este mural muestra un esquema algo más mesurado y tradicional, que algunos historiadores explican por las críticas que aquel recibió.
Bien por dichas objeciones o por otras causas, Miguel Ángel no volvió a pintar después de este trabajo.