También se vinculan a una misma escritura, añadiendo a ello la presencia de elementos y materiales comunes, tales como la cerámica pintada, la escultura, los telares verticales, los molinos rotatorios, las armas como la espada curvada o falcata, el soliferreum, arma arrojadiza pensada para las distancias cortas, además de fíbulas y vajillas elaboradas a partir de la técnica del torno rápido.
En última instancia, se ha recurrido a las intervenciones del trabajo de campo en los yacimientos arqueológicos repartidos por la Península.
Próximos a estos, quedaban distribuidos pequeños asentamientos o aldeas, en zonas llanas con funciones agrícolas y ganaderas, encargadas del suministro de productos a los grandes asentamientos.
En este sentido, se han podido identificar lugares de culto o santuarios, algunos con ricos conjuntos escultóricos.
Tal como su propio nombre indica, dichas urnas poseían diferentes tipologías y decoraciones, acompañadas por el ajuar del difunto.
Se han encontrado numerosos fragmentos de cerámica ática datada en el siglo IV, permitiendo corroborar que el sepelio de las esculturas rotas tuvo lugar entre finales del siglo V o principios del IV a. C.; en números redondos, hacia el año 400 a. C. Las esculturas se encontraron destruidas en una zanja (en dirección norte hacia el sur), en el flanco norte del cerro, y cubiertas por grandes losas de arenisca.
En su lugar, estas fueron trasladadas y enterradas en el estado en que aparecieron, tal como se indica en los ensayos realizados por el Catedrático en Arqueología, Antonio Blanco Freijeiro.
Tal vez ninguna opción ofrezca por sí sola una salida adecuada a la cuestión.
La explicación que da el antiguo director Departamento de Historia Antigua y Arqueología del Consejo Superior de investigaciones Científicas (CSIC), Ricardo Olmos, es que resulta innegable la factibilidad del relato unificador.
[3] Para Agustín Navarrete tampoco hay ninguna duda de que todas las figuras encontradas formaron parte del mismo grupo escultórico.
A su vez, este porta el escudo, el casco y los brazaletes, entre otras características.
La motivación que impulsó a realizar estas obras plantea dos hipótesis plausibles: en primera instancia, la representación de una batalla real, en la que el pueblo se había visto inmerso, dando un paso más allá, advirtiendo la posible noticia de alguna confrontación cercana al territorio (no obstante, constituiría una acción previamente experimentada).
Sin embargo, no todas fueran realizadas por un único autor, pues se ha planteado la posibilidad de que todas salieran de un mismo taller, aludiendo a los métodos y técnicas aplicados al conjunto escultórico.