En España a lo largo del tiempo han ido constituyéndose numerosas familias (hidalgas, nobles, campesinas, urbanas, aristocráticas) que han ido nombrándose con diversos apellidos, aunque su sistema de apellidar a las personas se adoptó legalmente en 1870, según la tradición de usar dos apellidos; uno paterno y uno materno.
Los primeros registros sobre los apellidos en España se remontan al último tercio del siglo IX, cuando se formaban por derivación del nombre del padre o de un antecesor del portador en las clases nobles.
Esta costumbre se fue extendiendo hacia todas las clases sociales décadas más tarde.
Para la segunda mitad del siglo XII empiezan a utilizar términos con los que designar linajes concretos utilizando para ello su lugar de origen o de señorío; entre los siglos XIV y XVI se comenzó a utilizar el patronímico como una prolongación del nombre, independientemente de cuál sea el nombre del padre, y se basa en imponer a cada recién nacido el patronímico de la persona en cuyo honor se le ha puesto el nombre.
Con la conquista y colonización hispánica de América, se fueron instalando varias familias en las colonias cuyos registros fueron multiplicándose.