Ignacio de la Carrera y Cuevas (1747–1819) fue un aristócrata chileno, miembro de la Primera Junta de Gobierno de Chile y padre de los hermanos Carrera , quienes fueron algunos de los líderes más importantes de las primeras luchas chilenas por la independencia durante el período de la Patria Vieja . Ignacio de la Carrera era de ascendencia vasca . [1]
Nació en Santiago en 1747, hijo de Ignacio de la Carrera y Ureta y Javiera de las Cuevas y Pérez de Valenzuela. Heredó una fortuna muy considerable de sus padres, especialmente de su padre, que había sido empresario minero.
Se casó con Francisca de Paula Verdugo Fernández de Valdivieso y Herrera con quien tuvo cuatro hijos:
quienes se convertirían en algunos de los primeros líderes más importantes de la lucha chilena por la independencia.
Comenzó su carrera militar a fines del siglo XVIII ingresó en la milicia y, más tarde, en 1777, en el Regimiento de Caballería del Príncipe. No obstante su carrera militar, continuó ocupándose de los negocios familiares, y fue considerado uno de los hombres más ricos de Chile. Su familia era miembro de la más alta aristocracia de la colonia, y debido a eso, fue elegido el 18 de septiembre de 1810 como miembro de la Primera Junta de Gobierno de Chile , a pesar de su simpatía personal por el monarquismo. Este hecho lo impulsó a una participación política muy activa.
En 1811 fue nombrado miembro de la Corte Superior de Gobierno y, en 1812, de la Junta Provisional de Gobierno. En 1814, cuando las autoridades españolas recuperaron el poder en Chile, fue detenido y enviado al exilio en las islas Juan Fernández . Se le abrió un largo proceso judicial por su participación y la de su familia en el primer intento de gobierno independiente.
Recién en 1817 pudo regresar a Chile, junto con el resto de los prisioneros de Juan Fernández. Sin embargo, tuvo que enfrentarse a la dura realidad de que su familia se encontraba dispersa, perseguida y exiliada en Argentina. Sus hijos Juan José y Luis fueron ejecutados en la ciudad de Mendoza el 8 de abril de 1818, mientras que Javiera y José Miguel seguían exiliados, uno en Uruguay y el otro combatiendo en Argentina. El gobierno chileno lo obligó a pagar el costo de la ejecución pública de sus hijos en Argentina. Este último hecho acabó con su espíritu y murió en Santiago menos de un año después.