La Cueva de la Candelaria es un sitio arqueológico ubicado en el estado mexicano de Coahuila . Es una cueva que fue utilizada como cementerio por visitantes nómadas. Las primeras investigaciones del sitio se realizaron en 1953 y hubo una temporada posterior en 1954. Como resultado de estas investigaciones, se recuperaron muchos materiales que se conservan en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Los hallazgos de la Cueva de la Candelaria son interesantes por la gran cantidad de textiles encontrados en este sitio, que constituyen una fuente de información importante sobre las culturas nómadas de Aridoamérica. Según los investigadores, el estilo de los tejidos es muy similar a la fabricación de canastas, pero la falta de artefactos de piedra como el átlatl dificulta la identificación de los ocupantes de la Cueva de la Candelaria.
La historia del estado menciona en menor escala a grupos nómadas que habitaron esta amplia región del sur de Aridoamérica, estos grupos fueron llamados genéricamente chichimeca , pero también tienen sus nombres específicos, como los coahuiltecos , huachichiles , irritilas y tobosos. [1]
Se sabe poco de ellos, las fuentes históricas apenas hablan de sus costumbres, lenguas o dialectos, ni de sus tradiciones, aunque ya se conocen algunos vestigios dejados para la posteridad. Evidencias arqueológicas expuestas en cuevas muestran que éstas fueron utilizadas como viviendas, así como se han descubierto enterramientos con herramientas, ropas y regalos. Los sitios más populares son la Cueva de la Candelaria, La Espantosa y La Chuparrosa. [1]
Los ocupantes de la Cueva de la Candelaria solían enterrar a sus muertos en paquetes que contenían no sólo el cuerpo sino adornos corporales hechos de fibra natural, cuero, conchas y plumas, así como otras piezas de ropa y calzado. Todo estaba envuelto en una manta tejida de algodón o yuca, y atado con hilo. La mayoría de los paquetes de la Cueva de la Candelaria se encontraron incompletos, que fueron abiertos tal vez por saqueadores.
Desde el siglo XVII existen documentos con referencias coloniales a la morgue de Coahuila. En 1645, un sacerdote jesuita residente en Parras de la Fuente, Coahuila, encontró un día “…un lugar lleno de cuevas… vio allí… un sepulcro de calaveras y huesos humanos…” (Pérez de Rivas, citado en González Arratia, 1999, p. 19). Hacia 1778, el sacerdote Juan Agustín de Morfi reprodujo el testimonio de un capitán español en la Sierra del Carmen, al norte de Coahuila, “…encontró una cueva muy grande con cadáveres de indios, envueltos en finos tapetes” (ibid).
Sin embargo, fue hasta el siglo XIX cuando diferentes personas que exploraron o visitaron el suroeste de Coahuila, particularmente la Comarca Lagunera, hicieron descripciones más precisas de varias cuevas en las que los antiguos habitantes prehispánicos de la región depositaban a sus muertos en posición flexionada, envueltos en cobijas y atados, semejando un paquete, de ahí el nombre actual de “paquete mortuorio”. En 1880 el botánico inglés Edward Palmer recorrió la Comarca Lagunera, donde encontró algunas cuevas con restos mortuorios y una serie de artefactos asociados en madera, plumas, hueso, conchas marinas y piedra. En junio de 2006 se publicó el libro “La exploración de Edward Palmer”. Para escribir este libro, Leticia González Arratia pasó un año en el Instituto Smithsonian y algunas semanas en el Museo Peabody de la Universidad de Harvard con el objetivo de recabar más información sobre Palmer y sus hallazgos sobre el desierto coahuilense. [2]
En 1838, Juan Nepomuceno Flores revela que una cueva de Sierra Mojada contenía muchos cadáveres con las características mencionadas, y en 1848, el señor José Ma. Ávila habla de su visita a dos cuevas mortuorias, una de ellas ubicada muy cerca del rancho El Coyote cerca de Torreón, Coahuila. Edward Palmer, botánico empírico inglés empleado por el Museo Peabody, en 1880 encontró, con ayuda de informantes, cuatro cuevas ubicadas entre El Coyote y Monclova. Aunque habían sido saqueadas, algunos paquetes mortuorios cerrados se conservaban en las inmediaciones del rancho El Coyote.
Finalmente, la cueva mortuoria más importante registrada en el norte árido de México fue explorada profesionalmente durante el siglo XX. Se trata de la Cueva de la Candelaria, ubicada en el Valle de las Delicias, en el límite norte de la Comarca Lagunera. Fue explorada en 1958 por un equipo de arqueólogos, geólogos y antropólogos físicos, y sus resultados se resumen en los trabajos de Luis Aveleyra Arroyo de Anda, Irmgard W. Johnson, Pablo Martínez del Río y Arturo Romano.
En tres cuevas del Estado de Coahuila se encontraron, como criptas, los paquetes mortuorios de tres infantes y más de 100 adultos que datan del siglo XIII, según el INAH. La arqueóloga Leticia González, investigadora del INAH en esa entidad, dio a conocer que dichos paquetes tenían todos los artefactos asociados dentro y fuera del sudario y que esto demuestra que los cazadores-recolectores del desierto de Coahuila rendían culto a sus antepasados. [3]
En el proyecto de investigación “Paquetes Mortuorios”, el experto analiza cuevas funerarias del desierto del norte de México, y en específico de Coahuila, como La Candelaria, Coyote y Tres Manantiales, ésta última, descubierta hace dos años en la Comarca Lagunera, al suroeste del Estado. Para obtener información más precisa al respecto se realizó una subdivisión de los objetos encontrados en las cuevas; por un lado, se estudió la tela utilizada para el sudario, así como las bandas y cordones utilizados para atar el cadáver; y por otro lado, se subdividieron los adornos y herramientas de trabajo, ubicados en el exterior del sudario, como lanzas, arcos, enormes canastos y palos para cavar que miden entre 50 y 60 centímetros de largo. [3]
Luego de la subdivisión de los objetos, el ritual mortuorio de los cazadores-recolectores del desierto del norte de México se dividió en varios segmentos. Primero la preparación del cuerpo, es decir colocar sus ropas, adornos e instrumentos; envolverlo con la tela y amarrarlo; una particularidad es que todos los esqueletos encontrados en esta parte del país se encontraron en posición flexionada. El siguiente paso fue trasladar los cuerpos a las cuevas mortuorias y colocarlos ahí; es importante aclarar, que todas las cuevas en Coahuila, son subterráneas; la entrada es por una especie de agujero muy pequeño y después de unos cinco o seis metros el túnel se abre hacia una cámara. [3]
Estos eran una especie de mausoleos naturales, pues en el estado hay muchas cuevas de ese tipo; muy pequeñas, y es quizá la razón por la que los cuerpos eran flexionados. El siguiente paso en el ritual funerario consistía en la preparación de la cueva, donde se colocaba el cuerpo; pues se observaba que no se dejaban simplemente en la tierra, sino que había un proceso, los cuerpos se colocaban sobre camas de madera, hojas de nopal u hojas de maguey. Afuera del sudario se colocaba todo lo que no cabía, obviamente adentro se encontraban enormes canastos, flechas, arcos y palos para cavar, todo esto es una constante en las tumbas. Los restos humanos eran depositados en el lecho funerario, pero nunca realmente enterrados.
Por otra parte, el ritual se dividía en varias etapas y los cadáveres no eran enterrados sino colocados en las cuevas junto con los artefactos de los cazadores; tres elementos parecen estar siempre presentes (arcos, enormes canastas y palos para cavar). También había dos tradiciones mortuorias distintivas: una es cuando el cuerpo es envuelto en tela y la otra en un petate o saco de dormir. [3]
Paquetes mortuorios localizados en varias cuevas de Coahuila revelan que grupos de cazadores-recolectores del norte de México desarrollaron en la época prehispánica ritos y ceremonias extremadamente complejos, que constituyen el escenario social y religioso completo.
A partir del análisis de documentos y publicaciones inéditas, así como del material arqueológico disponible tanto en México como en el extranjero, ha sido posible desarrollar una teoría sobre la relación de estas cuevas con un complejo y sofisticado ritual mortuorio. Esta interpretación se basa en que las descripciones de los documentos coinciden con el material arqueológico que ha llegado hasta nuestros días, y en esta comparación se advierten una serie de características que se repiten a lo largo de los siglos, lo que indica una disposición sistemática de los muertos en la época prehispánica. [4]
Un dato importante es que los cuerpos son colocados en una cueva, y en la mayoría de los casos, la entrada es en forma de un pozo con una fuerte pendiente hacia el interior, de varios metros de longitud, donde se ubica una primera cámara, con una o más cámaras subterráneas adicionales.
En estas cámaras se depositaron los cadáveres de un gran número de personas. En algunos casos hasta 30, como en la cueva de La Paila, y otros “muchísimos” en la del Coyote. En la cueva de la Candelaria se encontraron no menos de 200 individuos y en la de Sierra Mojada, un cálculo rápido de su descubridor, alrededor de 1.000. Además de la diversidad cuantitativa, según todos los testimonios, está que originalmente los cadáveres se colocaban atados en “paquetes mortuorios” y dispuestos uno al lado de otro o uno encima de otro.