y otros fuera de él que Al-Bujâri era ciego en su infancia, y que una noche su madre vio al profeta Abraham, que le dijo: «En verdad Alá le ha regresado la vista a tu hijo debido a tus numerosas súplicas»; después al amanecer el niño ya veía.
Aunque pudiera parecer un proceso bastante natural e inclusive orgánico, la sofisticación de la ciencia de los hadices (tal y como lo advierte Jonathan Brown) en realidad poseía un elitismo inherente que chocaba con la visión más popular y ampliamente aceptada: ver la transmisión de los hadices como una forma para el musulmán común y corriente de unirse a la autoridad popularizada del profeta Mohammed e incorporar este elemento carismático a su vida diaria.
[1] Sin embargo, a finales del califato omeya e inicios del abasida, los esfuerzos por lograr la sofisticación de la ley islámica llevaron a la nueva clase erudita a crear una división entre el resto de las masas -de lo general (‘āmm)- y los especialistas eruditos -de aquello restringido (khāṣṣ)-.
Al-Firbiri dice: «Noventa mil personas escucharon a Sahîh Bujâri directamente y no queda de ellos quien lo narre excepto yo».
Con el paso del tiempo, y gracias a la ardua labor de los pupilos del imām al-Bujari,[4] su obra llegó a ser reverenciada como sagrada o como lo denominan algunos académicos: fue canonizada; adquiriendo este estatus luego de ser “liberada” de cualquier interrogante por el reconocido sistematizador de las ciencias del hadiz, Ibn al-Ṣalāḥ (m. 643 H/1245 DC), quien declaró que la comunidad musulmana (umma) había reconocido decisivamente la autenticidad incuestionable del libro y no se toleraría crítica alguna al Sahihayn.
Después de dieciséis días nos respondió: "Ustedes me han hecho la misma pregunta varias veces, y persisten mucho en ello.
Preséntenme lo que han escrito (durante el curso de dieciséis días)".
Después dijo: "¿Acaso piensan que al ir con ustedes (con los eruditos) pierdo mi tiempo y malgasto mis días?"
En la cual afirmaron haber encontrado distorsiones en los nombres de los transmisores que habían sido copiados de textos no señalados, errores que le atribuyeron al imām al-Bujari.
Se asentó allí, y murió en el año 870 (256 dh), a los 62 años de edad.